El título parece sugerir que los oídos humanos no funcionan exactamente igual y que cada sujeto escucha lo que deja pasar su sentido; pero no es así. Aunque es cierto que los seres humanos no son uniformes con respecto a sensibilidad y ancho de banda, si todos tuvieran el mismo aparato auditivo, lo que oye cada uno depende del lugar en donde se sitúa.
Tampoco esto tiene que ver con el tratamiento acústico del recinto en donde se efectúa la audición, sino con una propiedad de las ondas sonoras y de la altura de sus tonos.
Las frecuencias altas o agudas viajan más rápido que las de frecuencias más bajas o graves. De manera que, si en la grabación o en la fuente de sonido original una frecuencia grave y otra aguda son simultáneas, al oyente llega primero la más aguda, variando la relación de fase y cambiando el timbre del sonido, aún suponiendo un amplificador y reproductores ideales, de los cuales partieran juntas.
Hace unos treinta años que alguien intentó un gabinete acústico con forma escalonada, situando al woofer más cerca del oyente y el tweeter más alejado, con una posición intermedia para los parlantes o altavoces de medios. Esto sirvió nada más que para los audiófilos, que podían situarse en una posición óptima, calculada previamente al diseño de la caja. Pero en teatros y cinematógrafos no servía de nada, porque el público abarca espacios muy amplios y los caminos que debe seguir el sonido para cada individuo tienen longitudes distintas.
Así que señor músico, usted que se pasó horas buscando un timbre que le agrade para una interpretación, sepa que es para su gozo personal y de algún observador privilegiado. Los demás oirán algo diferente a lo que usted llegó después de tanto trabajo. La perfección, como la utopía, se aleja un paso cada vez que damos uno hacia ella. Aunque Galeano sabe que sirve para caminar.
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